Por Javier Estrada
En cualquier intento serio de analizar un tema, es necesario establecer referentes que permitan contrastar el ser con el deber ser e identificar incongruencias entre ellos para, a partir de ahí, fundamentar la existencia de un problema.
La comunicación política se define como «la interacción entre la información, la política y la comunicación, elementos fundamentales para garantizar el funcionamiento de los sistemas políticos democráticos» (Reyes, 2011).
Para otros autores consiste fundamentalmente en el «intercambio de mensajes de orden político entre emisores y receptores. Dichos papeles pueden ser desempeñados de manera indistinta o simultánea por el gobierno y los ciudadanos en un marco del sistema social» (Ochoa, 1999:19).
O también se puede entender como un «intercambio de información entre los gobernantes y los gobernados, a través de canales de comunicación estructurados o informales» (Cotteret, 1977:1).
Algo que tienen estas definiciones en común es que aluden a un intercambio de información entre el que gobierna y el gobernado, no abundan en el objetivo de esa comunicación, la simple referencia a la política da por sentado que se trata de un fin noble y bien intencionado; al fin de cuentas, la concepción clásica del término refiere a la búsqueda del bienestar común (Aristóteles, 1988), donde se entiende como un medio para alcanzar un fin.
En este sentido, la comunicación política, desde mi parecer, debería ser un instrumento para el intercambio de información entre el gobierno y la sociedad, que tiene como finalidad favorecer el bienestar general.
Es aquí donde se puede apreciar un rompimiento rotundo entre el ser y el deber ser, es decir, la realidad nos muestra que la comunicación política se entiende como una herramienta, muy eficaz por cierto, para influir en el ánimo de la población y convencerla de optar por una opción que puede no ser la más conveniente para el ya mencionado bienestar general.
En ese momento, la comunicación política parece perder el derecho a utilizar el apellido, pues muchas veces se aleja del ideal para convertirse en un mero instrumento de manipulación para satisfacer intereses personales o de grupo que están muy lejos de reflejar las necesidades generales.
La comunicación política en la actualidad parece que se ha pervertido y utilizado para vender productos «políticos», se recurre a ella para hacer publicidad engañosa, en una visión más cercana a la mercadotecnia, lo cual, desde un punto de vista meramente utilitario, puede ser aceptable, pues se trata de realizar el trabajo para el cual se es contratado y por el cual se percibe un pago.
El problema radica en que, cuando algo se aleja del objetivo primigenio que es la búsqueda de aquel bienestar general mencionado, deja de ser político. En un contexto más amplio, quienes se ostentan como políticos son en realidad lo más alejado de la política que existe.
Puede parecer insulsa la discusión, sin embargo, sería bueno reflexionar sobre la corrupción semántica que presenciamos, en términos mercadológicos puede ser muy conveniente utilizar el apellido «política» pero en términos éticos no estoy tan seguro de ello.
Habrá quienes digan que los clásicos ya fueron superados pero un clásico nunca pierde vigencia, de ahí su nombre, sobre todo si nos tocara hablar, por ejemplo, de la ética en la comunicación política.
Referencias
Aristóteles, La política, Gredos, Madrid, 1998.
Cotteret, Jean Marie, La comunicación política, gobernantes y gobernados, El ateneo, Buenos Aires, 1977.
Ochoa, Oscar, Comunicación política y opinión pública, Mc Graw Hill, México, 1999.
Reyes Montes, María Cristina, et al., Reflexiones sobre comunicación política, en Revista Espacios Públicos, UAEM, México, enero-abril 2011. Consultado en: https://www.redalyc.org/pdf/676/67618934007.pdf
Reyes Montes, María Cristina, Comunicación política y medios en México: el caso de la reforma a la Ley Federal de Radio y Televisión, en Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, UAEM, México, enero-abril 2007. Consultado en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=10504305

México. Politólogo, administrador público de formación y docente. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y actualmente cursa la maestría en Administración Pública en el INAP.