por Mateo Mayo

Una de las grandes obras de la Ciencia Política plantea un dilema sobre las emociones que deben transmitir las autoridades. Me refiero a la pregunta planteada por Nicolás Maquiavelo en El Príncipe: ¿Qué es mejor, ser temido o amado? Esta incógnita no es menor, ni fácil de responder. La interrogante apunta a definir si es preferible que la autoridad busque ganarse el amor de su pueblo, o en cambio, les infunda terror para controlarles y asegurar su dominio.  

Maquiavelo se inclina por la primera opción. Según el autor, es mejor ser temido, porque la relación de amor autoridad-pueblo no es sostenible a largo plazo. Además, plantea un límite: ser temido sin llegar al extremo de ser odiado. Es decir, infundir terror para controlar a la sociedad, pero evitando que el miedo desborde en odio, porque esto podría suponer rebeliones y la consecuente pérdida de autoridad del gobernante.

El argumento anterior no debe excluirse de su contexto, puesto que Maquiavelo escribió su obra en el siglo XVI, cuando la principal forma de gobierno en Europa era la monarquía. De hecho, se menciona que Maquiavelo escribió El Príncipe a modo de guía para un monarca.

Por este contexto es entendible que Maquiavelo se incline hacia la opción de infundir terror, pues en ese entonces no existían nociones como la división de poderes o el respeto a los derechos humanos. En ese entonces los reyes solían ejercer su poder absoluto, mediante un gobierno de mano dura, amparados en el “derecho divino”.

Sin embargo, hoy en día los sistemas políticos son diferentes. Afortunadamente, vivimos en entornos democráticos con marcos jurídicos que garantizan un mínimo grado de dignidad a través de los derechos humanos. Estos mecanismos vuelven impensables que el electorado prefiera ser «aterrorizado» mediante la «mano dura».

La historia de varios países ilustra lo anterior en sus luchas contra dictaduras, como en el caso de México en 1910, España contra la dictadura Franquista y Chile contra Pinochet, por mencionar solo algunos casos.

No obstante, el terror sigue siendo un recurso utilizado por varios políticos que utilizan narrativas de odio, como el discurso antimigrante, aporafóbico, clasista y racista para conectar con las personas. Estos discursos son peligrosos porque difunden un miedo sin sustento que puede detonar actos de odio, como las masacres de migrantes, o incluso llegar al genocidio.

Desde un punto de vista psicológico, el terror es insostenible a largo plazo, porque el miedo solo inhibe conductas en presencia de la autoridad que infunde el miedo. Además, cada acto de terror genera un sentimiento de indignación, rabia e injusticia dentro del electorado, que posteriormente suele estallar en protestas o votos de castigo.

Por razones como esta, es necesario cuestionarse el dilema de ser amado o ser temido, pues estos discursos tocan un aspecto sensible del ser humano, como lo es un mecanismo de defensa (el miedo), y lo manipulan para convertirlo en votos.

Es decir, estos políticos manipulan al electorado activándoles un mecanismo de defensa para generarles una sensación de vulnerabilidad y peligro, de la cual ellos les pretenden “proteger”, para que posteriormente ese sentimiento se refleje en un voto.

La política es una actividad humana, que requiere la construcción de vínculos sociales fuertes, basados en el diálogo, la solidaridad y la coexistencia pacífica. Esto lleva necesariamente a comunicar emociones más allá del miedo. Implica construir discursos y proyectos políticos con base en otros valores.

En síntesis, no necesitamos más política ni discursos basados en el terror. Las personas merecen tener representantes que les dignifiquen y que se sientan orgullosos de tenerlos.

Mateo Mayo Gómez

@MateoMayoG

México. Estudiante de Relaciones Internacionales. Consultor jr. Independiente especializado en marketing político y diseño de campañas.

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Un comentario sobre “El dilema de Maquiavelo

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