Jóvenes hagan política, porque si no la hacen se hará igual y posiblemente en su contra
José Ortega y Gasset
Por Viviana Mondragón
El fenómeno del outsider no es nuevo en la política, pero es cada vez más frecuente y numeroso. El precedente de Ronald Reagan, quien saltó de ser actor de reparto en Hollywood a la presidencia de los Estados Unidos de América, de Arnold Schwarzenegger quien protagonizó hits cinematográficos y luego se convirtió en gobernador de California o el del comediante Jimmy Morales que llegó a la presidencia de Guatemala, son solo algunos casos del ámbito internacional.
En México el fenómeno no es nuevo, desde la década de los noventa figuras del espectáculo como Silvia Pinal, Irma Serrano «La Tigresa» o María Rojo, comenzaron a involucrarse en la política; hasta los casos de Cuauhtémoc Blanco, famoso y muy popular futbolista que gobierna el estado de Morelos, de Sergio Mayer, Ernesto D’Alessio, Carmen Salinas, Lilly Téllez, Manuel Negrete o Ana Gabriela Guevara que saltaron del espectáculo, el periodismo o el deporte a la tribuna y el gobierno.
Vemos a reinas de belleza, cantantes de música vernácula, comediantes y luchadores de estilo libre, postularse por diversos partidos para buscar un espacio de representación y servicio público, pareciera el reconocimiento de estos de que entre sus filas no tienen perfiles idóneos. Ahora bien, el asunto no es criticable por sí mismo, pues tiene aspectos que podríamos considerar positivos para la democracia, aunque también conlleva grandes y peligrosos riesgos para la población.
Respecto de lo bueno que podríamos mencionar, es que en una sociedad democrática la participación debe abrirse a todos los ciudadanos, es decir, que todos puedan aspirar y acceder a representar a la gente. De ahí, que estas figuras pueden encarnar los intereses o demandas de un gremio o grupo social específico, garantizando la pluralidad social en la representación política.
No omito mencionar también la gran habilidad de comunicación que muchos de ellos tienen, en particular quienes vienen del show bussines, y que para efectos de una campaña electoral pueden resultar muy atractivos e incluso estratégicos en función del objetivo central de éstas: ganar la elección. Incluso, su popularidad podría en determinado momento potenciar el interés y participación ciudadana en los asuntos públicos, lo cual, sin duda es positivo para la democracia.
Los riesgos y peligros son grandes y graves. Si quienes se involucran en la política asumen la responsabilidad de los encargos y representación que les corresponde, su llegada se podría evaluar de forma positiva; sin embargo, se corre el riesgo de que en lugar de trabajar, ya sea como legisladores o gobernantes, se concentren en defender los intereses y atender las necesidades de un solo grupo social, se pierde así el verdadero significado de la política, que es poner por encima de su visión particular el interés general.
Por otro lado y quizá lo más peligroso es que, de por sí la profesionalización del quehacer político es todavía una asignatura pendiente en México. Si se ignora la esencia de la administración pública o la tarea legislativa, así como las implicaciones legales de su encargo, las decisiones que tomen estos actores podrían ser fatales para el país. Aunado, claro, al problema de devaluación del servicio público profesional y especializado que prevalece en los tiempos de la llamada cuarta transformación, aunque ese es temas de otra reflexión.
El caso más grave es que lleguen personajes que no tengan ni la más remota idea de porqué deciden participar en la política o para qué están ahí, como lo expresó en días recientes la cantante «Paquita la del Barrio», actual pre candidata a diputada local en Veracruz, pues ello expone a esos personajes a dos consecuencias, por un lado a ser manipulados por actores políticos que solo los utilizan por su popularidad, o bien y más delicado, a ejercer un cargo y tomar decisiones sin el conocimiento adecuado, poniendo en riesgo el bienestar de la ciudadanía. En cualquiera de los dos casos su decisión de participar en política puede ser una catástrofe.
La figura del outsider no debe ser satanizada, pero tampoco deificada, pues esos dos extremos nada bueno le dejarán a la democracia. Sin duda, los partidos y las élites políticas tienen el reto de ampliar su creatividad y visión para no creer que la única forma de generar interés en los asuntos públicos es abusar de los outsiders.
Por otra parte, la comunicación política también debe ser ejercida por profesionales, pues la falta de estrategia en la comunicación nunca se resolverá con exceso de circo.
#CuidadoAhí
México. Apasionada de la política y la comunicación. Especialista en política parlamentaria. Comunicar es emocionar; importa más lo que entiende la gente, que el mensaje que usted quiera decir.