Al momento de teclear estas líneas, los ojos del mundo están puestos en el desarrollo de los comicios en el país vecino del norte, derivado en primer lugar de la importancia en la economía mundial de dicho país, pero además de la definición que en términos políticos se juega entre una tendencia ultraconservadora por parte del actual ocupante de la Casa Blanca que ha mostrado un talante xenófobo, misógino y racista y la posibilidad de suavizar el carácter del régimen con una opción un tanto más progresista.
Si bien es cierto que algunos críticos del propio sistema estadounidense, como el escritor Gore Vidal, han señalado que el sistema de partidos está dominado por una sola tendencia ideológica de carácter conservador con un ala más radical con los republicanos y otra menos extrema con los demócratas, también lo es, que las políticas adoptadas por Donald Trump han rayado entre la peligrosa ocurrencia y los tintes fascistas que atentan contra los derechos fundamentales de las minorías.
A diferencia del sistema electoral en México, en los EE. UU. las elecciones para la presidencia de la república se realizan de manera indirecta y el peso de cada estado en términos de votos dentro de lo que se denomina Colegio Electoral, juega un papel crucial para definir al ganador de la contienda, por lo que no necesariamente triunfa quien obtiene el mayor número votos que las y los ciudadanos emiten, sino quien obtiene por lo menos 270 de los 538 sufragios que conforman dicho órgano electoral.
Para entender mejor este sistema vale la pena señalar que la totalidad de dichos votos en el Colegio Electoral se conforma a partir de que, en los 50 estados que conforman la Unión Americana se establece un número de “compromisarios” o electores: 435 que se distribuyen de acuerdo a la representación de cada estado en la Cámara de Representantes (equivalente a la Cámara de Diputados en nuestro país); 100 más, equivalente al número de senadores (2 por estado); y 3 delegados correspondientes a Washington D.C.
En este contexto, en los comicios que se realizan, el martes siguiente al primer lunes de noviembre cada cuatro años, de acuerdo a la Constitución de 1787, lo que se termina de definir es el número de electores o compromisarios que se comprometen a votar por el candidato a la presidencia de su partido por el que fueron electos, de tal forma que en la mayoría de los estados prevalece la norma winner take all que se refiere a que el partido que resulte ganador (con mayoría simple) en dicho estado, se lleva la totalidad de compromisarios al Colegio Electoral, número que va desde 3 (como Montana) hasta 55 (California), con base al número de su población
Desde esta óptica la estrategia del actual presidente de la nación vecina se dirige hacia asegurar un triunfo en el Colegio Electoral, basado en el peso de los estados republicanos, sin soslayar la relevancia de los llamados swing states (estados con “efecto péndulo”) que determinan de manera decisiva la votación ya que no tienen una tendencia partidista que permita visualizar una preferencia electoral clara en las encuestas y definen su votación en último momento.
En esta tesitura, el estado de Florida ha jugado un papel importante en la definición de la presidencia, ya que con sus 29 compromisarios ha mostrado una tendencia que en las últimas elecciones ha sido el fiel de la balanza donde no se evidencian ventajas para uno u otro partido.
Aunado a lo anterior está lo que se conoce como los faithless electors (electores desleales) dentro del citado colegio, que juegan un papel preponderante puesto que estos pueden votar no precisamente por el candidato por el que han sido designados por las y los ciudadanos, ya que en solo 29 estados se establece una sanción para aquellos electores que no cumplan la voluntad expresada de manera indirecta en las votaciones.
Sin embargo, no se debe perder de vista que como consecuencia de la pandemia, el voto anticipado por diversos medios como el postal -que según experto tiende a ser mayoritariamente demócrata-, mostró altos niveles de participación, estimándose que casi 86 de los 250 millones de electores habilitados, han tomado su decisión a través de este mecanismo, lo que sin duda puede inclinar la balanza ya que estos votos no se precisan al término de la jornada electoral.
Dicha situación abre la ventana al discurso de fraude por parte del actual presidente en caso de que las cuentas no le favorezcan en el rumbo hacia la votación final, así como a una serie de controversias desde el ámbito jurídico con miras a desconocer los mecanismos de votación y participación en medio de una crisis de salud que ha causado estragos en todas las latitudes del hemisferio.
Desde esta perspectiva, diversas organizaciones se han mostrado dispuestas a tomar las calles para defender la esfera democrática ante lo que consideran un gobierno de tinte fascista, lo que dibuja un escenario complejo puesto que como sucedió en 2016, las preferencias electorales no siempre reflejan esta identidad de gran parte de la población estadounidense con ese espíritu de nacionalismo extremo que muestra desprecio por lo ajeno, lo que podría desembocar en una serie de protestas y una polarización social poselectoral.
Ante un sistema electoral poco representativo desde la óptica de que no refleja de manera auténtica el interés ciudadano -en las últimas décadas se ha registrado menos del 50% de participación-, es indudable que el modelo electoral de EE. UU. debe ser reformado de tal manera que garantice la voluntad popular y canalice las evidentes diferencias étnicas, culturales e ideológicas que convergen en una nación que se ha caracterizado por albergar comunidades de inmigrantes de todo el mundo —32 millones de hispanos se habilitaron para ejercer su derecho de voto—.
Solo concediendo de manera directa el poder de decisión a la ciudadanía será posible encauzar esta heterogeneidad social que en los últimos años ha desembocado en una convulsión social ante las expresiones sobre todo racistas acompañadas de abusos y asesinatos por parte de los cuerpos policiacos, lo que sin duda solo ha alimentado la división y el encono que atenta en todo momento contra los derechos humanos, todo esto antítesis de un estado que se jacta de ser democrático.
Por lo que respecta al papel de México en la definición electoral en mención, hay que resaltar que independientemente de quién resulte ganador, no hay que perder de vista que la posición política e ideológica que juega Estados Unidos respecto a las relaciones internaciones tienen siempre presente ese ímpetu imperialista y nacionalista que les ha caracterizado y que pondrán siempre por encima de cualquier concesión con nuestro país.
No obstante es imperante no perder de vista que la agenda pendiente en temas de migración, seguridad, medio ambiente y colaboración comercial debe seguir planteándose en un ánimo de respeto y cooperación que permita el fortalecimiento de un escenario binacional que permita asumir responsabilidades compartidas.
México. Licenciado en Ciencias Políticas con maestría en Comunicación Política, especialista en desarrollo democrático y sistema político y electoral.