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Porfirio Muñoz Ledo es una figura emblemática, llamativa, e importantísima sin duda tanto para la política mexicana como para nuestro folklore, y sobre todo para los caricaturistas de todo el país.
Ubicarlo es cosa segura: siempre vociferante y siempre dibujado con poca o mucha gracia, su ingenio no se detiene y su capacidad para estar en desacuerdo con alguna cosa o con todas las cosas es punto menos que invencible.
Una semana antes de ser nombrado presidente de la Cámara de Diputados, el exsecretario de educación fue grabado mientras sucumbía a las tentaciones del alcohol y perdía así la posibilidad de moverse por su propio pie, orientarse y quizás recordar su nombre de pila. No es que estuviera borracho, porque no es un vicioso, sencillamente estaba celebrando los fulgores de su futuro inmediato.
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En una escena posterior, por razones que sólo un neurólogo o un cardiólogo podrían explicar con profesionalismo, Muñoz Ledo se desmayó a las puertas del Palacio de Gobierno, para continuar luego con su cotidiana jornada, comprometida muy a fondo con la política de altos vuelos.
Hace pocos días, y con motivo de las negociaciones perpetradas por el equipo de Marcelo Ebrard en Washington, Muñoz Ledo mostró su desencanto con la política exterior mexicana y señaló con elegancia que a Marcelo Ebrard se le estaba extendiendo su capacidad de decisión hasta comprometer no una, sino hasta tres Secretarías. Así, en un gobierno signado por el autoritarismo, Muñoz Ledo nos quería vacunar contra la desmesura. Son muy buenas sus intenciones, eso está bastante claro. Pero clama en el desierto, eso es más claro todavía .
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Pero la ruta de confrontaciones del presidente de la Cámara de Diputados no paró allí, y días más tarde se enfrascaba en una contienda con el más aguerrido de los gladiadores del PT: Gerardo Fernández Noroña.
Noroña argumentaba que a él sólo lo regañaba su abuelita, pero Muñoz Ledo seguía corrigiendo su conducta sin bajar el tono. Obvio, no se podía llegar más lejos en un lugar tan formal como el Palacio Legislativo. No hubo golpes, pero casi.
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Total: el punto de desacuerdo no resultó tan importante como la forma de solucionar el caso. La pelea dió por resultado un final feliz, beneficiando a ambos adversarios.
Después de la rudeza, vino la calma, y Muñoz Ledo extrajo de todo ello una conclusión que daría risa sino fuera en serio: la discordia como institución.
Desde esa legendaria guerra de titanes, se ha establecido el martes como día de los debates y las discordias, para dedicar los jueves a la toma de acuerdos legislativos. Así como los sábados son de box y los viernes de antro, la discordia política se ha ganado un lugar en la agenda nacional. Bienvenidos al gran espectáculo de discutirlo todo.
México. Periodista, dramaturgo, escritor, productor de radio y televisión, psicólogo y podcaster.